Un mes después el organismo de salud señalaba que ese tipo de neumonía letal estaba también provocando un raro cáncer entre esos pacientes en California y Nueva York, y a finales de ese año ya se habían contabilizado 121 muertes y los primeros casos en el Reino Unido y Suecia.
Era un extraño padecimiento, no se sabía qué lo causaba y si era infeccioso, tampoco se contaba con mecanismos de diagnóstico; sólo fue descrito como un tipo de neumonía llamada Pneumocistosis carinii. Después se responsabilizó a un agente infeccioso conocido, un citomegalovirus. Al realizar más estudios se descubrió que no era cáncer ni neumonía, se transmitía por vía sexual y afectaba el sistema inmunitario.
En 1983 Luc Montaigner y Françoise Barré-Sinoussi, investigadores del Instituto Pasteur en París, aludieron a un retrovirus asociado a la linfadenopatía porque los síntomas eran parecidos. Meses después, en 1984, el doctor Robert Gallo en Estados Unidos publicó estudios sobre el aislamiento de varios virus y la correlación entre la presencia de anticuerpos en los afectados por el retrovirus. Dos años después el retrovirus fue denominado virus de inmunodeficiencia humana (VIH). Y los médicos empezaron a notar que desde el momento en que el virus entraba al organismo sólo hasta diez años después se comenzaban a presentar los síntomas de SIDA. Es decir, muchas personas contagiadas, sin saberlo, habían estado propagando la enfermedad. Luego se supo que el VIH podía transmitirse por relaciones sexuales heterosexuales, por una madre contagiada hacia su recién nacido, en transfusiones de sangre y con agujas contaminadas.
Hasta la fecha es el virus mas estudiado y felizmente no es mortal, siendo los tratamientos actuales muy eficaces en el control de la morbilidad producida por este virus. Sin embargo la infección continúa presente y parece estar lejos su cura o el desarrollo de una vacuna eficaz.
